DOÑA LUZ
IV
Creo que estuvo en la tierra algunos años. Creo que yo también estuve en
la
tierra. ¿Cuál es esa frontera?, ¿qué es lo que ahora nos separa? ¿nos separa
realmente?
A veces creo escucharla: tú eres el fantasma, tú la sombra. Sueña que
vives, hijo, porque es hermoso el sueño de la vida.
V
En un principio, con el rencor de su agonía, no podía dormir. Tercas,
dolorosas imágenes repetían su muerte noche a noche. Eran mis ojos sucios,
lastimados de verla; el tiempo del sobresalto y de la angustia. ¡Qué infinita
caídas agarrado a la almohada, la oscuridad girando, la boca seca, el
espanto!
Pero una vez, amaneciendo, la luz indecisa en las ventanas, pasó su mano
sobre mi rostro, cerró mis ojos.
¡Qué confortablemente ciego estoy de ella! ¡Qué bien me alcanza su
ternura!
¡Qué grande ha de ser su amor que meda su olvido!
VII
De repente, qué pocas palabras quedan: amor y muerte.
Pájaros quemados aletean en las entrañas de uno.
Dame un golpe, despiértame.
Dios mío, ¿qué Dios tienes tu? ¿quién es tu Dios padre, tu Dios abuelo?
¡Que desamparado ha de estar el Dios primero, el último!
Sólo la muerte se basta a sí misma. Se alimenta de sus propios excrementos.
Tiene los ojos encontrados, mirándose entre sí, perpetuamente.
¡Y el amor! El amor es el aprendizaje de la muerte.
XI
Dame la mano, o cógete del brazo, de mi brazo. Entra al coche. Te llevaré a
dar el último paseo por el bosque.
Querías vivir, lo supe. Insistías en que todo era hermoso, pero tu sangre
caía como un muro vencido. Tus ojos se apagaban detrás de ti misma.
cuando dijiste “volvamos” ya estabas muerta.
¡Qué dignidad, qué herencia! Nos prohíbes las lágrimas ahora.
No nos
queda otro remedio que ser hombres.
XVII
Lloverás en el tiempo de lluvia,
harás calor en el verano,
harás frío en el atardecer.
Volverás a morir otras mil veces.
Florecerás cuando todo florezca.
No eres nada, nadie, madre.
De nosotros quedará la misma huella,
la semilla del viento en el agua,
el esqueleto de las hojas en la tierra.
Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras
en el corazón de los árboles la palabra amor.
No somos nada, nadie, madre.
Es inútil vivir
pero es más inútil morir
XXIV
Todo esto es un cuento, lo sabemos. He querido hacer un poema con tu
muerte y he aquí que tengo la cabeza rota, las manos vacías. No hay poesía
en la muerte. En la muerte no hay nada.
Tú me das el poema cuando te sientas a mi lado, cuando hablamos ¡En
sueños! ¿No serán los sueños sólo la parte subterránea de este río que
amanece cargado de esencias? ¿No serán el momento de conocer
para
siempre el corazón oculto de la tierra?
¿Quién canta? El que lloró hace rato. ¿Quién va a vivir ahora? Los que
estábamos muertos.
El paralítico se levanta todos los días, a andar, mientras el ciego atesora
la luz para siempre.
Por eso el hambriento tiene el pan, y al amoroso no lo sacia la vida.
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