alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando
menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero
realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta!
¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle
nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué
los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un
rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la
fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
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