AUTONECROLOGIA
I
Cuatro, cinco, seis voces conocidas
salen de mi garganta,
salgo yo de cenizas,
de escombros familiares,
soy un coro de inválidos, de agónicos,
de encorvados bufones
recogiendo monedas que no sirven.
“Me he muerto tantas veces”, es un decir como otros.
No he dormido, es lo cierto,
y ya no tengo ni hambre.
Si alguien me deja por allí,
si alguien me tira bajo un árbol
o en algún basurero
¡qué descanso!
¡Aquí, jinetes del Apocalipsis diario,
voy a trabarles las patas
con un cordón de seda!
¿Que qué es este saco que llevo a mi espalda?
Es un costal con mis vísceras más queridas:
hígado y riñones, pulmón y tripas, páncreas
para los gatos desvelados.
(“Miau” es la expresión más tierna del amor.)Aquí viene uno, míralo.
Se me parece como una gota a otra.
(Somos dos lágrimas caídas de los ojos de la muerte,
Columba.)
Concubinas del diablo, señor de los misterios,
padre nuestro, recemos,
cantemos al oráculo dela buena vida,
entonemos el himno de la resurrección
en los pétalos inmensos de la noche abierta.
IV
Y bien. Es el momento de amontonar palabras, hojarasca, y quemarlas.
Y si echamos las manos a ese fuego,
si el pelo, si una parte del alma,
si los ojos,
mejor, tanto mejor.
De este residuo de los días
hay que impregnar la almohada.
(Bajo las sábanas el cuerpo mutilado
se reconstruye.)
La soledad es rica en amapolas
y el silencio despierta los sueños.
V
Te quiero porque tienes las partes de la mujer
en el lugar preciso
y estás completa. No te falta ni un pétalo,
ni un olor, ni una sombra.
Colocada en tu alma,
dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo,
leche de luna en las oscuras hojas.
Quizás me ves,
tal vez, acaso un día,
en una lámpara apagada,
en un rincón del cuarto donde duermes,
soy una mancha, un punto en la pared, alguna raya
que tus ojos, sin ti, se quedan viendo.
Quizás me reconoces
como una hora antigua
cuando a solas te preguntas, te interrogas
con el cuerpo cerrado y sin respuesta.
Soy una cicatriz que ya no existe,
un beso ya lavado por el tiempo,
un amor y otro amor que ya enterraste.
Pero estás en mis manos y me tienes
y en tus manos estoy, brasa, ceniza,
para secar tus lágrimas que lloro.
¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras
me dirás que te amo? Esto es urgenteporque la eternidad se nos acaba.
Recoge mi cabeza. Guarda el brazo
con que amé tu cintura. No me dejes
en medio de tu sangre en esa toalla.
VI
El mediodía en la calle, atropellando ángeles,
violento, desgarbado;
gentes envenenadas lentamente
por el trabajo, el aire, los motores;
árboles empeñados en recoger su sombra,
ríos domesticados, panteones y jardines
transmitiendo programas musicales.
¿Cuál hormiga soy yo de estas que piso?
¿qué palabras en vuelo me levantan?
“Lo mejor de la escuela es el recreo”,
dice Judit, y pienso:
¿cuándo la vida me dará un recreo?
¡Carajo! Estoy cansado. Necesito
morirme siquiera una semana.
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