en la angustia y jalas aire desesperadamente, mortalmente, y vuelves a la
vida, no al sueño, porque ya no puedes dormir, y te quedas pensando como
una hoja piensa en el viento, y te acuerdas de Poe, que dicen que murió de
su propio vómito en una borrachera, en una madrugada, en una calle, solo,
ahogándose, el pobre de Edgar Allan Tremens, agarrándose el cuello,
crispándose todito, dando el zapotazo con la cabeza sobre el pavimento; te
levantas, te sientas a la orilla de la cama, sientes frío, te cierras bien el
suéter, te vas a la cocina, haces café, estás agradecido.
Sobre el refrigerador la pecera vacía ya no tiene al príncipe encantado, o
la princesa, que dormía con los ojos abiertos en el agua. Recuerdas cómo
abría su boca para pedirte alimento o para contarte su silenciosa historia.
Amaneció flotando un día, como un pez de colores, y fue depositado bajo
las yerbas del jardín para que lenta, verde agua, se evaporara.
Sólo “Pujitos” y las moscas, el perrito lanudo mueve la cola, de
despereza, se aproxima, te pide su salida a la calle, pero comprende que es
de noche y vuelve a echarse. El gato no se molesta y sigue durmiendo con
sus tres niños de pecho que la semana pasada, de pronto, lo hicieron gata.
Se asoman las mujeres que perdiste, las que te
engañaron, aquella que te dijo “yo soy tu harén”.
Habías visto en la oscuridad los dos féretros en la misma tumba, el rostro
quebrado de tu hijo, y ahora, la reciente, ¿cómo se estará cocinando en su
cajón la dulce, la pensativa Rosario?
Las elecciones, la televisión, los poetas, los macheteros de la fábrica, la
operación de Julio, habrá tiempo para dormir, las palabras, las imágenes.
Un coche escandaliza, pasa, ladran, dejan limpio el silencio. ¡Al abordaje,
pues: las sábanas!
0 comentarios:
Publicar un comentario