SOBRE EL ASFALTO se mece el trigo de la madrugada. Pájaros prematuros
cantan picando
las paredes y los ventanales. El aire fresco se desliza, por
fin, libre del campo.
El barrendero silvestre, en punto de las seis, pasa su escoba, anunciando
los maleficios del día, las acechanzas del sol sobre la ciudad inerte.
Todo ha
acabado. La luz, enemiga de la magia, atraviesa los párpados, echa a andar
los relojes de la turbulencia.
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